martes, 17 de mayo de 2011

El Fruto de la Tierra




Tú eres el que viertes los
manantiales en los arroyos;
Van entre los montes.
Dan de beber a todas las bestias
del campo:
Mitigan su sed
los asnos monteses.
En sus orillas habitan
las aves del cielo;
¡cantan entre las ramas!
Él riega los montes
desde sus aposentos:
del fruto de sus obras
se sacia la tierra.
Él hace brotar
el heno para las bestias
y la hierba para el servicio
del hombre,
para sacar el pan de la tierra,
el vino que alegra el corazón
del hombre,
el aceite que hace brillar
el rostro
y el pan que sustenta
la vida del hombre.
Se llenan de savia
los árboles de Jehová,
los cedros del Líbano
que Él plantó.
Allí anidan las aves;
en las hayas hace su casa
la cigüeña.
Salmo 104:10-17


El Salmo 104 es un hermoso poema que recuerda el Génesis y la creación. El fragmento que he incluido hoy tiene relación con los frutos de la tierra. También con el agua, la que encontramos en los mares y ríos, o aquellas lagunas y vertientes que alimentan la flora nativa. Aun más maravilloso es saber que las pequeñas gotas atrapadas en las grietas del desierto, bajo ciertas circunstancias, florecen regalándonos un desierto florido. 


Dios provee no sólo el sustento del hombre sino tambien de todo ser viviente, manteniendo las cadenas ecológicas, que, en ocasiones, el hombre ha intervenido provocando más de un desequilibrio. Aun así todo sigue en orden porque Dios se ocupa de todas sus criaturas.


¡Bendice, alma mía, a Jehová! Así empieza y termina este Salmo (104)
Cuando meditamos en lo grandioso de la creación de Dios realmente sólo se puede decir:
¡Bendice, alma mía, a Jehová!


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