jueves, 28 de marzo de 2013

Nuevas oportunidades

Encuentros con Jesús
el Salmo de la Vida




Por amor de Tu nombre, Señor,
perdonarás también mi pecado,
que es grande.
salmo 25: 11


El Evangelio de San Juan nos relata la historia del encuentro forzado de una mujer, adúltera, con Jesús. Es forzado porque la trajeron, quizás no de buen modo y con desprecio, para acusarla frente a la multitud. Ellos desean un juicio de Jesús para alguien que fue "sorprendida en el acto mismo del adulterio". Un pecado que según la ley mosaica debe ser castigado cruelmente con pena de lapidación, es decir, ser apedreada hasta morir.
Jesús "inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo" y dice la frase que ya conocemos: "el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra". La mujer probablemente aterrada y avergonzada sabe que no hay justificación posible. Pero luego de las palabras de Jesús, uno a uno los acusadores y la multitud se alejan del lugar y Jesús dice a la mujer: "¿dónde están los que te acusan? ¿ninguno te condenó? 
Ni yo te condeno, vete y no peques más."

¿Que escribió Jesús, con el dedo en la tierra? 
Me agrada pensar que sólo fue un acto de compasión para no mirar a la mujer y avergonzarla más. Otra posibilidad es que deseaba restarle importancia a un hecho que había requerido tanta preparación por parte de los acusadores y que se estaba convirtiendo en un circo.  Lo que si sabemos es que la mujer recibió el perdón del Señor.

Me parece oportuno destacar que  ante Dios no hay un pecado más grande que otro, todos merecen ser castigados. Algunos son públicos y otros ocurren en la intimidad, pero Dios todo lo ve. Algunos nos parecen más condenables que otros y hasta pareciera que los pecados que  tienen una carga sexual, son más sucios, más condenables, más espectaculares,  y sin embrago Dios no hace una clasificación de los pecados. De todos ellos el Señor nos  puede limpiar; nos redime, nos consuela , nos restaura y ofrece nuevas oportunidades. Una y otra vez nos perdona, sin reproche, con ternura, confrontándolos con nuestra propia realidad.

¡Por amor de Tu nombre, Señor,
perdonarás también mi pecado!

El relato completo de este encuentro
lo puedes leer en San Juan cap. 8

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