martes, 26 de noviembre de 2013

Mesa para dos




Oh Señor, 
Dios de mi salvación,
día y noche clamo delante de Ti
Salmo 88:1

Una de las grandes lecciones que nos entrega el Libro de los Salmos, es la íntima comunión del salmista con su Dios. Un Dios y Padre que no ha cambiado; hoy también está lleno de bondad, de santidad, justicia y misericordia. Es nuestro Dios que continua esperando que nos comuniquemos con Él a través de la práctica de la oración.

El teólogo contemporáneo Eugene H. Peterson, en su libro "Correr con los Caballos" ilustra el momento de la oración como el tiempo que una persona aparta para una conversación profunda, íntima y personal con Dios. En ese momento el mundo no desaparece, está en la periferia de ese espacio protegido e íntimo donde es posible escuchar la voz de Dios directamente. 
Peterson continúa diciendo que existe también una parodia de oración donde los detalles son los mismos. La diferencia está en que la persona al otro lado de la mesa es "Yo mismo" y el mesero es Dios. Este mesero-Dios es esencial porque es quien recibe las quejas y las ordenes. No hay cena sin él pero jamás participa íntimamente en ella, porque la persona que recibe toda la atención es "Yo mismo" - mi humor, mis ideas, mis intereses, mi satisfacción o la falta de ella.

Cuando leo en este salmo - día y noche clamo delante de Ti - pienso en esa oración continua, una comunión permanente que, al parecer, muchas personas logran tener con Dios.  Pero también me gusta la idea de esos encuentros íntimos, elegidos, esperados, tranquilos y a solas con Dios de los que habla Eugene H. Peterson.
El Libro de Apocalipsis nos enseña que Dios espera por esos encuentros (Apocalipsis 3:20):
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él
y él conmigo.

Recordemos también el Salmo 23 que nos dice que el Señor mismo es quien prepara la mesa... y nos espera... una mesa para dos.

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